El planeta está cada vez más colmado por los transgénicos. En muchos países del mundo se cultivan -para semillas e investigación-, se importan y se consumen distintos productos genéticamente modificados. Una situación desconocida para multitud de personas que ignoran qué es o sobre qué incide verdaderamente la transgenia. La mayoría de consumidores, o al menos una importante cantidad de ellos, los tienen integrados en su dieta sin siquiera sospecharlo, ya que pueden estar incorporados en parte de los productos con los que se elaboran platos y degustaciones en diversos restaurantes.
España, precisamente, no está libre de transgénicos. Más bien al contrario, ya que se sitúa como el país con mayor superficie de estos cultivos de toda la Unión Europea. Una UE en la que 19 países han prohibido en la totalidad o parte de sus territorios el cultivo transgénico. Siguiendo por esta línea, España es el país que más permisos concede y ofrece para estos cultivos a gran escala. Aunque por otro lado, las cifras oficiales en materia de hectáreas cultivadas equidistan en gran medida según el organismo que presenta dichos datos.
Por una parte, encontramos las cifras vertidas por el Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente (MAPAMA), y por otro lado, las que ofrecen las Comunidades Autónomas por sí mismas. Escogiendo un par de regiones como Cataluña y Andalucía, encontramos una abismal diferencia en los datos que ambos organismos presentan. En 2016, el Ministerio afirma que en Cataluña se cultivaron 41.567 hectáreas; la Generalitat, por su parte, dice 20.543 hectáreas. En Andalucía, la Consejera de Agricultura afirmó que la comunidad andaluza, en 2015, ocupó 3.147 hectáreas de terreno con cultivos transgénicos; según el Ministerio, fueron 11.471 hectáreas. Diferentes cifras y especialmente infladas por el máximo organismo de España en esta materia.
Pero, ¿qué hay de riesgo, de conocimiento, sobre el cultivo transgénico? En Vegaffinity intentamos saciar informativamente, en la medida de lo posible, los aspectos más desconocidos de estos alimentos.
¿Qué es un OGM?
Es importante, primeramente, conocer de qué se trata un organismo modificado genéticamente, que es el fundamento básico de la transgenia. Un organismo genéticamente modificado (OGM) es un organismo animal o vegetal que ha sufrido esa modificación genética. Esta puede ser consecuencia de procesos naturales, sin intervención humana, o de una manipulación que busca otorgar, artificialmente, nuevas propiedades a ese alimento.
El conjunto de técnicas que permiten estas intervenciones sobre el genoma constituyen la ingeniería genética, sector mayor de las biotecnologías. Y una de sus herramientas es la transgénesis, donde se transfiere un gen que permita colocar una determinada característica. Las principales características introducidas buscan tolerancia a insectos. Para esto se introduce un gen de la bacteria Bacillus Thuringiensis (BT) que genera una toxina que lleva a que el insecto no ataque a ciertos cultivos. Posteriormente se realizaron compuestos tolerantes a herbicidas. Esto implica que un solo agroquímico mata a todos los vegetales, excepto al cultivo transgénico. Según diversos expertos partidarios de la transgenia, esto lleva a un menor uso de agroquímicos en general, con el consecuente menor impacto en el medio ambiente y el menor gasto en materia prima que esto implica.
Los objetivos de la transgenia, por citar algunos, son los siguientes: desarrollar producciones de cereales con resistencia a la sequía; una elevada producción de productos con mayor cantidad de almidón -pensando en biocombustibles, por ejemplo-; o mejoras en los niveles nutricionales de algunos alimentos, niveles de ciertos compuestos como el omega 3 o 6, por ejemplo.
El desconocimiento rodea a la transgenia: datos y aspectos a tener en cuenta
Son pocos los que saben qué es un organismo genéticamente modificado (OGM) y cómo se obtiene. O incluso, que la transgénesis es una técnica utilizada desde hace varias décadas en forma amplia con objetivos médicos, como por ejemplo, para la generación de fármacos como la insulina, y desde 1996 en la producción comercial agrícola. En realidad las primeras autorizaciones experimentales para los cultivos fueron concebidas para cultivos de tomate en Estados Unidos, a mediados de los años 80.
Desde ese momento, los cultivos principalmente de soja, maíz, colza o algodón, avanzaron a una tasa de crecimiento de entre un 7% y 10% anual. En 2014, se cultivó una superficie récord de 181.5 millones de hectáreas de cultivos transgénicos, lo que representa un aumento de 6 millones de hectáreas con respecto a 2013, de acuerdo con el informe publicado por el Servicio Internacional de Adquisición de Aplicaciones de Agrobiotecnología. Con la suma de Bangladés, un total de 28 países cultivaron transgénicos durante ese año. Los 20 países desarrollados y los 8 países en vías de desarrollo donde se cultivan transgénicos representan más del 60 % de la población mundial.
En total existen 57 naciones con aprobaciones regulatorias para consumo animal y/o humano de alimentos transgénicos o su liberación al ambiente, donde se incluyen los de la UE y Japón, según el ISAAA (International Service for the Acquisition of Agri-biotech Applications) 2010.
La pregunta surge, entonces, sobre por qué existe tanto cuestionamiento para su uso en la agricultura y no con el tema médico.
La realidad se fundamenta en que en la medicina y la industria farmacéutica los procedimientos científicos son mucho más regulados, y hay mucho más testeos que en el tema agrícola, en términos de laboratorio y de pruebas de campo. En la medicina hay una serie de procedimientos muy normados que van pasando procesos y que en general se cumplen estrictamente. En cambio, para la agricultura y otras cosas, la regulación es más blanda. Los científicos reconocen esta realidad, pero insisten en que lo que hay que hacer, entonces, es poner énfasis en que los procedimientos y protocolos se cumplan.
Rafael Vicuña, experto de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Católica de Chile, afirma que “lo que se necesita es una mayor costumbre en aplicar esos protocolos. Poseemos todas las herramientas para proceder a cultivar transgénicos en condiciones de bioseguridad adecuada”. Más allá de los aspectos protocolarios en materia de seguridad, otro de los puntos de disensión científica es en la parte en la que se produce la modificación del gen: no se introduce en las zonas correctas.
No es lo mismo que un gen se adhiera en una parte o en otra del receptor. En una zona puede funcionar de forma correcta para algunas cosas, pero en otro lugar puede ser perjudicial. El material genético es como un ecosistema en sí mismo y hay que tener muy claro dónde se coloca el gen que transforma el alimento. Un sistema efectivo que dispone de los medios tecnológicos para cumplir esos procesos, pero que no se emplean.
Esto era efectivo, pero, dicen los científicos, las tecnologías han evolucionado y en la actualidad permitirían dirigir la ubicación del gen, además de existir la posibilidad de mapearlo.
Lo complejo es que esta situación abre la puerta a irregularidades como las existentes, y que el debate mundial se limita exclusivamente en saber si es bueno o malo para el comercio internacional, no en la salud. Pero poco se explica sobre qué es realmente esta tecnología transgénica.
“Lo que falta es una discusión seria, donde se conozca la información. La falta de un debate abierto genera desconfianza y no permite evaluar los impactos ambientales, sociales y económicos, ni si existe daño a la biodiversidad”, recalca Flavia Liberona, bióloga y directora de Fundación Terram.
¿Estudios válidos sobre los transgénicos?
La realidad es que generar un transgénico toma varios años, cientos de ensayos y varios cientos de millones de dólares. Por ello los desarrollos son hechos por multinacionales del gremio que posteriormente los venden bajo estrictas licencias y a un valor mayor que el de las semillas tradicionales y, en ocasiones, amarrados al uso de un determinado producto (es el caso de los resistentes a herbicidas, por ejemplo).
Dado que detrás de los desarrollos hay poderosas multinacionales, se ha dicho que éstas tienen presionado -e incluso comprados- a los organismos como el FDA norteamericano. Asimismo, estudios como el de Seralini (2007), y posteriormente en 2009, aseguró que tres plantaciones distintas de maíz afectaban negativamente las funciones pulmonares y renales de ratas. Posteriormente, estos estudios los analizaron organizaciones científicas, incluido el Alto Consejo Francés de Biotecnología y el Food Standards Australia New Zealand.
El problema de fondo es que no existe una regulación o protocolo de bioseguridad internacional, sino que los sistemas y normas difieren entre cada país. Esto lleva a que antes de la liberación o aceptación de su cultivo en un país, la plantación sea testeada en forma particular. Cada país o región, en el caso de Europa, tiene sus propias regulaciones. Sin embargo, las pruebas a los que se someten en los países más desarrollados son internacionalmente aceptadas. Cómo los enfoque cada país o región, depende de cómo los incorpore en sus estudios de riesgo.
¿Dónde está el peligro en salud de la transgenia?
Por lo general, los países que trabajan con estos cultivos transgénicos los clasifican como un riesgo incierto. Y cuando habla de riesgo incierto, se refiere a la falta de información, claridad o calidad de datos científicos, que puedan establecer relaciones causa-efecto a través de un enfoque de peso de evidencia. Pero que los transgénicos pueden tener riesgos o generar impactos a distintos rangos es una preocupación. Dado que son para el consumo humano, el impacto que puedan tener en la salud es la primera preocupación. Cada transgénico debe evaluarse independientemente.
Entre los temores está que podrían ser causantes de alergias, especialmente la soja. He aquí un ejemplo. En 1991, una multinacional semillera buscaba enriquecer su soja con un aminoácido necesario para el crecimiento de los animales. Para ello introdujo en la leguminosa un gen procedente de la nuez de Pacá, Brasil, conocida por provocar fuertes reacciones alérgicas en las personas sensibles. Los análisis demostraron que esta soja tenía un alto potencial alergénico para el hombre y la empresa detuvo el desarrollo, aún en etapa de laboratorio, en 1993.
Y de acuerdo con información de ChileBio, se calcula que el 70% de los alimentos elaborados que se comercializan en Estados Unidos y Canadá contienen ingredientes genéticamente modificados autorizados. Unos 300 millones de personas que llevan más de 10 años consumiendo productos derivados de cultivos transgénicos, a su vez sin saberlo, en Norteamérica sin que se haya insinuado, por el momento, algún posible problema.
Problemas en el medio ambiente
El otro gran pero viene de la mano del impacto que podría tener sobre el medio ambiente y la biodiversidad.
El transgen está en una planta que genera polen y, por lo mismo, ese polen al desplazarse, por el viento o por insectos, puede contaminar con ese gen a especies o variedades no transgénicas. La posibilidad de contaminación no es sólo por el polen, sino que también podría haber traspaso a través de las bacterias del suelo. Un riesgo real. La alternativa, dicen los científicos, es hacer los análisis y aplicar las medidas de bioseguridad con zonas libres. Pero, además, hay que tomar medidas y ser estrictos en su cumplimiento. Los mismos científicos reconocen en que el temor de los críticos de que los transgénicos puedan generar resistencias y la aparición de súper insectos o malezas incontrolables tiene base demostrable.
Si se está desarrollando una tecnología, lo importante es incidir en por qué no discutimos cómo se regula, cómo se establece, cómo se etiqueta. En todo el mundo se comen transgénicos, el problema es que nadie tiene la opción de decidir si quiere o no hacerlo, porque el acceso a la información no existe. Los transgénicos, en opinión de diversos científicos, se van a imponer de todas maneras debido a los enormes beneficios que generan.
Tradición y transgenia ¿Por separado o coexistencia?
Una de las alternativas para autorizar a los cultivos transgénicos es bajo el modelo de coexistencia: es decir, cultivos tradicionales, orgánicos y transgénicos conviven bajo normas que establecen distancias mínimas que deben existir entre un campo con OGM y la zona de seguridad -área que se deja libre de ellos-. La coexistencia es prácticamente imposible, porque la superficie es muy pequeña. Y si se aboga por la coexistencia, hay una discusión de ordenamiento territorial relevante. También depende del potencial de cada país para hacer orgánicos o transgénicos.
Situación mundial
La superficie con OGM ha crecido 80 veces, desde el 1,7 millones de hectáreas de 1996 hasta representar el 9% del total de hectáreas cultivadas del mundo. A nivel global es transgénico el 77% de los 90 millones de hectáreas de soja; el 49% de los 33 millones de hectáreas de algódón; el 25% de los 158 millones de hectáreas de maíz; y el 21% de los 31 millones de hectáreas de colza.